Yo no abandoné los videojuegos, los videojuegos me abandonaron a mí
Crecí en una época donde los videojuegos eran una mezcla de píxeles simples, gráficos planos y bandas sonoras machaconas, pero de una jugabilidad totalmente adictiva. Al mirar hacia atrás, no puedo evitar preguntarme si los títulos actuales han perdido ese toque que hacía que cada sesión de juego fuera absorbente y placentera.
En la era actual de los videojuegos, con gráficos de última generación, mundos abiertos y una inmersión sin precedentes, es fácil confundirnos y caer en la creencia de que estamos viviendo los mejores años del gaming. Sin embargo, entre la maraña de efectos visuales deslumbrantes, algunos jugadores nostálgicos no podemos evitar preguntarnos si la magia que solía definir a los videojuegos se ha sido perdido en el camino.
Recuerdo cuando una Navidad llegó a mi casa la ansiada Super Nintendo; aquella caja negra con letras rojas, que anunciaban que mis plegarias y buenas notas habían sido recompensadas. Desde ese momento no podía pensar en otra cosa, y el resto del día de Reyes, con incesantes visitas a casas de familiares y amigos, se hacía interminable, ya que en la paz de mi habitación me esperaba una vieja y pequeña televisión de tubo junto al Cerebro de la Bestia. Llegada la noche, entramos en casa, y disimuladamente para que no se apreciara el ansia me que comía por dentro, atravesé el pasillo, sigiloso. Introduje el cartucho "Super Mario All-Stars" en aquella máquina conectada mediante un cable de antena directamente a la televisión. Así es como comenzó uno de los amores más longevos de mi vida que me acompañó durante décadas, pero que nos fuimos abandonando mutuamente con el inevitable paso de los años y los cambios generacionales.
Es cierto que el paso a la edad adulta te imposibilita dedicarle tanto tiempo como antes a jugar durante horas, pero realmente los motivos que me llevaron a casi abandonar aquel mundo fueron varios. Como he dicho en más de una ocasión: "yo no abandoné los videojuegos, los videojuegos me abandonaron a mí".
El hecho de sentarme en mi silla, pulsar el interruptor de encendido y ponerme a jugar, prácticamente ha desaparecido en el mundo actual. El mundo gaming ha sufrido una evolución casi total desde los inicios de los 8 y 16 bits, que es justo cuando yo comencé a tener contacto con el mundillo desde muy pequeño. Actualmente nos vemos sumergidos en grandes superproducciones, con unos guiones de una elaboración superior y de calidad sublime en muchos de los casos. Eso ha hecho encarecer los precios también, aunque no nos engañemos, siempre han sido caros, no es cosa de ahora; basta con comprobar el coste de los cartuchos en la década de los 90 para hacernos una idea. Datos económicos aparte, una de las cosas que sí echo de menos, es la simplicidad en su sistema y jugabilidad: salto, disparo, avanza, retrocede. No había mucho más. Pese a los magníficos manuales de instrucciones que se incluían en las cajas, cosas que tristemente ha desaparecido en la era digital, jamás cogí ninguno para leer o entender el funcionamiento de cada título, daba igual, se aprendía sobre la marcha. Inicio, opciones de idioma y dificultad. Poco más ofrecían normalmente las pantallas de inicio. Ahora no puedo evitar volverme loco entre los cientos de menús y submenús, con pantallas completas de texto, opciones por todas partes y un horror vacui constante que no hace más que provocarme una inmensa pereza nada más comenzar. Por no hablar de la memorización de objetos, armas, magias o cualquier cosa que haya concebido la imaginación de los creadores. Millones de combinaciones y nombres extraños que sinceramente no me apetece memorizar. Sí, Fortnite, te incluyo.
El tema de los mundos abiertos es otra cosa que me ha comenzado a generarme rechazo. Si bien en la saga Grand Theft Auto me parecía lo máximo, dedicando decenas de horas a la exploración y a dar rienda suelta a las barbaridades que permitía hacer aquel juego de Rockstar Games, poco a poco noté un aumento exagerado de los juegos de este mismo perfil, pero sin la frescura que tuvieron en sus comienzos. No creo que el mundo abierto sea algo negativo, pero sí algo cansino cuando se abusa de él.
Si bien hace varias décadas la inmediatez y la adicción que provocaban juegos como Tetris, Super Mario, Duke Nukem o Doom eran síntoma de diversión, ahora nos invaden las pantallas con minutos y minutos de cinemáticas. Insisto, con una calidad inigualable y unos argumentos propios de los mejores estudios de Hollywood, pero no puedo evitar tener la sensación de que tengo un mando en la mano que no estoy utilizando durante demasiado rato, y que si quiero ver una película me voy al cine. No digo que sea en todos los casos, ni mucho menos, pero hay algunos que... joder.
Soy gran aficionado al juego online, lo reconozco. Disfruto mucho con juegos tipo Call of Duty, y he dedicado muchas horas a pegar tiros, hacer rachas y enviar helicópteros a por enemigos, solo o con amigos. Pero también disfruto de juegos deportivos o de competición, ya sean de un tipo u otro. Por eso creo que hablo desde la experiencia con algo que he venido notando estos últimos años: los temidos: Pay to win. Este concepto, ya desastroso en su idea y ridículo en su ejecución, no es otra cosa que premiar al que paga. Sí, así es. No hay mayor concepto procapitalista que éste. Muchos son los juegos actualmente, ya sea de la plataforma que sea, que tienes opciones de ganar por tus propios méritos o destreza a los mandos, pero si otro tiene pasta que decide gastar en mejoras de personaje, armas, escudos o gadgets, estás jodido, porque de poco servirán tus dotes de jugador si otros personajes juegan con la baraja marcada. Es un reflejo del mundo en el que vivimos, que mucha cultura de la famosa meritocracia, pero aquí vive bien quien tiene dinero, es así.
También existen ahora esos famosos DLC, que también te proporcionan más contenido del juego, ampliando niveles, mapas o zonas a cambio de más pasta. Bueno, esto tampoco es que sea nuevo, porque no olvidemos las famosas expansiones que han existido desde hace muchos años, pero ahora es muy común que tengamos juegos incompletos o con menos contenido a propósito, para que una vez que has pagado el juego sigas pagando hasta que su ventana de explotación finalice al salir el siguiente.
Y para finalizar, una cosa que me pone muy nervioso, son las actualizaciones, tanto de la videoconsola como de los propios juegos. Son momentos puntuales que se las compañías de unos y otros deciden que hay que actualizar el software, así que cuando tú decides sentarte un rato a disfrutar de unas partidas, ¡oh! Actualización. No, no puedes continuar sin hacerla, porque aparecerá un mensaje que rezará que o te la comes, o te jodes
A día de hoy sigo jugando, aunque no tanto como antes. De vez en cuando aparece algún juego que me interesa y que me hace pasar unas horas de disfrute, (ya hablé de BroForce). Todo lo que he contado, por supuesto, es una opinión totalmente subjetiva mía, y obviamente sé que muchos de los que leáis esto tendréis una opinión muy distinta, como muchas de mis amistades más cercanas. Pero no puedo evitar pensar en la cantidad de ratos que pasé frente a mis antiguas videoconsolas sencillamente avanzando en mi partida sin más pretensiones que divertirme.
Amigo, eras joven entonces...
ResponderEliminar