La Cabina: La perturbadora película española de terror que triunfó más allá de nuestras fronteras
Si eres de los que les gusta perderse por las calles de la ciudad, quizá paseando por Madrid puedas toparte con el emblemático distrito de Chamberí. Allí hay una carretera de servicio, que conduce a una plaza, actualmente propiedad privada. Comparado con otros lugares más coloridos de la ciudad, ésta no posee un encanto especial, pero sin embargo esconde un secreto. En el largo y caluroso verano de 1972, en plena dictadura franquista, el ya fallecido director de cine español, Antonio Mercero, eligió este lugar para rodar las escenas de apertura de lo que sería el mediometraje titulado La cabina.
Una dosis perfecta a medio camino entre el terror psicológico y la comedia negra, La cabina no sólo cautivó al público español, sino que fue exportada más allá de nuestras fronteras, donde también tuvo una gran acogida y recibió un prestigio nunca antes visto en un mediometraje nacional hasta la fecha, ganando fama y premios, entre los que destacan el premio Ondas de 1973 y el Quijote de Oro de la crítica española al Mejor Director para Antonio Mercero, el Premio Nacional de Televisión de 1973, e incluso el Premio Emmy de 1973 y el galardón al mejor programa dramático del Canal 47 de Nueva York en el mismo año.
Su particular estilo nos recuerda a grandes títulos televisivos de las décadas de los 50 y 60, como son The Twilight Zone (1959) o Más allá del límite en sus dos mejores etapas, tanto la original de 1963 como su remake de 1995. Y a día de hoy, se entiende que otras grandes series actuales y de grandísima calidad, han aprendido mucho de ellas, como es la británica Black Mirror (2011). Pero si nos centramos en La Cabina, no podemos obviar la excelente calidad teniendo en cuenta sus limitaciones, y no sólo me refiero a su presupuesto de apenas cuatro millones de pesetas, sino que España todavía se encontraba en los oscuros años de la dictadura franquista, por lo que cualquier producto audiovisual era examinado al detalle por los censores del régimen y había que tener mucho cuidado con lo que se quería contar y, en especial, con lo que podrían interpretar. Pero, ¿de qué trata la película?
En el desenlace de esta historia, nos muestran una nueva cabina telefónica que reemplazará a la anterior, y que se instalará en la misma plaza, dejando la puerta abierta a la espera de una nueva víctima. Pese a que la explicación del por qué ocurre todo esto jamás llega, hace que nos preguntemos la razón que lleva a esas personas a atrapar en las cabinas a un perfil muy concreto de hombres: ¿Quiénes son? ¿Por qué lo hacen? ¿Qué lugar ese ese? Un final controvertido que horrorizó a la población española de aquel año 1972, que dejó de entrar en las cabinas telefónicas o bloqueaban la puerta con el pie para evitar que se cerrase por completo en caso de hacer uso de ellas.
¿Cómo se gestó La Cabina?
A
principios de 1972, el cineasta Antonio Mercero, José Luis Garci y el guionista Horacio Valcárcel acudieron a comer a su restaurante favorito. Éstos mantendrían una animada conversación sobre las noticias de actualidad y, en especial, el proyecto que tenían en mente desde hacía un tiempo. Fue en ese instante cuando Mercero mencionó un sketch
de comedia surrealista que comenzó a escribir en 1970, pero que finalmente había abandonado. Estaba basado en un cuento del periodista y escritor, Juan José Plans, que precisamente narraba la historia de un hombre que intentaba escapar de una cabina telefónica que luego sería sellada, evitando su fuga. Plans también sería el escritor de la novela "El juego de los niños", que inspiró posteriormente la brillante película de terror ¿Quién puede matar a un niño? (1976) de Narciso Ibáñez Serrador.
La idea gustó mucho. Valcárcel sugirió algunas ideas que enriquecerían el relato, mientras que Garci se preguntaba cómo resolvería el propio Alfred Hitchcock tal dilema. Viendo el entusiasmo en sus compañeros, el borrador que Mercero había abandonado, resucitó, y se sumó a la antología de cuentos cortos y fantásticos que estaban desarrollando en este proyecto, que fue titulado: Trece pasos por lo insólito. Lamentablemente, cuando se presentó a Televisión Española (TVE), la única cadena de televisión del país en aquel momento, la antología fue rechazada.
Durante los últimos años del franquismo, la censura artística fue reduciéndose poco a poco, ya que, sabiendo que serían los últimos coletazos de dictadura, el propio régimen quiso abrir ligeramente la entrada y salida cultural para hacerle un lavado de cara al país, que había permanecido aislado a toda información que no pasara por manos del poder. Todo esto fue debido a un último intento de unirse a la Comunidad Europea. TVE, a su vez, comenzaba a adoptar una política un poco más progresista, fomentando ideas que pudieran desarrollarse para las audiencias internacionales. Fue entonces cuando Mercero aprovechó la situación para volver a presentar el proyecto, debido al éxito que obtuvo de la serie Crónicas de un pueblo (1971), que fue petición expresa a la cadena por parte de Luis Carrero Blanco, mano derecha de Franco, que buscaba una serie propagandística del régimen. Contando con este prestigio, Mercero fue premiado con esta concesión. Se aprobaron dos guiones. Uno se convertiría más tarde en la comedia negra, La Gioconda está triste (1976), en la que el cuadro de Leonardo da Vinci pierde su característica sonrisa, y que finalmente será un aviso de que la humanidad será destruida. El segundo, tendría por título La Cabina, que pondría punto y final al serial, ya que el resto de guiones acabaron inevitablemente olvidados en algún otro cajón.
Rodaje y ubicaciones
El rodaje comenzó el 17 de julio de 1972, continuando a finales de agosto, pero el rodaje inicial de siete días en la plaza resultó ser un auténtico tormento para Vázquez. El calor del verano madrileño era sofocante, el actor tenía dificultad para respirar dentro de la cabina. Los cristales fueron sustituidos por metacrilato por razones de seguridad, y los vidrios inferiores fueron retirados para permitir la circulación de aire, dándole así al intérprete un pequeño alivio. Mercero y Garci habían elegido el color rojo para la cabina telefónica, como símbolo de la angustia y la desazón, pero curiosamente lo que más hizo sufrir a nuestro protagonista fue el sol de la ciudad.
Lejos de la plaza, los lugares incluían el Scalextric de Atocha con su sistema de carretera elevada y el túnel de María de Molina, este último seleccionado concienzudamente para provocar la angustia y claustrofobia del personaje. Contemplaremos también el distrito este de Hortaleza, donde se capturaron las súplicas silenciosas de Vázquez en un intento desesperado de pedir ayuda ante las hirientes miradas de los transeúntes y demás conductores, así como la terraza del bar número 44 de la calle Jazmín, (que actualmente continúa como cafetería), donde algunos clientes estaban tomando algo ajenos al rodaje y también fueron incluidos en la película.
La terminal de carga del aeropuerto de Madrid-Barajas cuya construcción acababa de ser finalizada, proporcionó un sistema de transporte utilizado para trasladar a la víctima a su inevitable final y con un resultado más que brillante. Fuera de la capital, en la provincia de Salamanca, Mercero seleccionó localidades cercanas a los pueblos de Vitigudino y La Zarza de Pumareda. También en Portugal, cerca de la frontera con España, un polvoriento camino entre Mogadouro y la Torre de Moncorvo se convirtió en el escenario del simbólico enano con el barco dentro de una botella y el resto de artistas circenses. También encontraremos la presa hidroeléctrica de Aldeadávila, también conocida como salto de Aldeadávila, pasando por La gran bóveda.
Política, reacción y acogida del público
En la noche de su emisión en televisión, los espectadores se fueron a la cama sin estar seguros de lo que acababan de ver. Durante los días y semanas siguientes la película se convirtió en un tema candente para la discusión en las calles, los trabajos y bares, aunque muchos encontraron la historia confusa, e incluso perturbadora, a medida que la curiosidad sobre un mensaje oculto comenzaba a crecer en el país, La cabina también fue proyectada en el continente americano, donde recibió reconocimiento por parte de la crítica, llevando a Mercero a la obtención del Premio Emmy (el primero en la historia otorgado a un director de cine español). Todo iba sobre ruedas para la película, pero un problema legal de pronto amenazó con oscurecer el éxito del producto. El compositor alemán Carl Orff demandó al director por el uso no autorizado de una cantata de su opereta, Trionfo di Afrodite. Esto fue debido a que se utilizó sin haber consultado al autor para obtener el permiso. Para evitar un escándalo, el asunto se resolvió con un acuerdo extrajudicial después de que Orff conociera a Mercero en privado, y viese la película. Quedó tan fascinado con el resultado, que aprobó el uso de su música.
Al igual que ocurre con las grandes historias cinematográficas, se despiertan ciertas sensaciones en los espectadores. El terror que generó La Cabina en la población fue tal que empezaron a circular rumores de madrileños que quedaban atrapados dentro de las cabinas telefónicas, dando comienzo a una leyenda urbana sobre secuestros de una agencia en la sombra, provocando una paranoia generalizada, que hacía que los usuarios de los teléfonos públicos mantuvieran las puertas de las cabinas abiertas durante las llamadas. La psicosis llegó hasta tal punto, que muchos dejaron de hacer uso de ellas. Temiendo que este rumor afectara aún más al uso de sus terminales, Telefónica tomó la decisión de crear una campaña publicitaria con el propio José Luis López Vázquez dentro de una cabina y que salía sin problema de ella cuando finalizaba su llamada. Muy similar a lo que haría el spot televisivo de la empresa Retevisión en el año 1998. Esto sirvió para rebajar la tensión de los usuarios, que tenían un miedo real a que les ocurriera algo de verdad.
También hay que entender el motivo por el cual en la sociedad española este relato suscitó tanta inseguridad, ya que si situamos este miedo a su respectivo contexto histórico, podemos entender muchas cosas. Tras la guerra civil española (1936-1939), con la victoria del bando nacional liderado por Francisco Franco tras el golpe de estado contra la república, comenzaron unos años oscuros y brutales, con una persecución política a comunistas, anarquistas y socialistas en general. Éstos eran detenidos, encarcelados y asesinados. Cientos de miles de españoles se convirtieron en Los desaparecidos durante las purgas del régimen a opositores políticos y supuestos disidentes. Muchos tuvieron que exiliarse en otros países, y otros tantos, nunca se supo nada más. Así que es muy probable que la película despertase viejos recuerdos y pensamientos perturbadores, en especial entre la población mayor, que encontraron una relación inconsciente a través de esta fobia.
El legado
Cuando una película exitosa tan rica en simbolismo como La cabina gana este nivel de repercusión, la búsqueda de un mensaje oculto inevitablemente conduce a la especulación, teorización e incluso a la proyección de diversas ideologías sobre el material original.
"Todos los seres humanos tienen cabinas de las que tenemos que deshacernos. Hay cabinas del tipo moral, hay cabinas del tipo educativo, hay cabinas del tipo mental; cabinas económicas que nos encarcelan, y creo que la vida es una búsqueda continua de la libertad de cada una de ellas. Para ser libre, espontáneo y feliz, cada persona tiene que ver qué cabina lo encarcela y tratar de liberarse. Ese es nuestro destino".
También puedes ampliar más información con el podcast que dedicamos a La Cabina.
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